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Una contraseña desconocida del Teatro de la Opera

Entre los años de 1870 y 1890, Buenos Aires vió colmada sus ansias de espectáculos líricos con la actuación de las mejores compañías europeas y los más renombrados cantantes de la época, tales como Tamagno, De Lucía, Tamberlick, Stagno, Castelmary y otros. Quizá acompañando la revolución y la gran crisis económica que se desató ese año, 1890 fue el de mayor esplendor; a partir de entonces comenzó una suave decadencia del género lírico. En este período y respondiendo a los deseos del público y a las necesidades artísticas, diversos empresarios teatrales emprendieron la construcción de imponentes y lujosas salas. Entre ellas descolló el Teatro de la Opera, que llegó a ser el más bello y lujoso de Sudamérica, teniendo, según la opinión de algunos, poco que envidiar a la Scala de Milán.

La construcción del primitivo edificio comenzó en el año 1871, pocos meses después de la epidemia de fiebre amarilla, ocupando un terreno de 2.500 metros cuadrados, propiedad de la señora Carmen Díaz Vélez de Cano, situado en la calle Corrientes 860 entre Esmeralda y Suipacha, lugar donde hoy funciona el Cine Opera. Su propietario, el activo empresario genovés Antonio Pestalardo, encaró la construcción aprovechando los planos que el ingeniero Landois había confeccionado quince años antes para el Teatro Colón, adaptándolos a la naturaleza y forma del terreno.

La noche del 25 de Mayo de 1872, después de sortear numerosos inconvenientes y con el teatro aún sin terminar, se realizó la función inaugural con la actuación de una compañía italiana encabezada por el tenor Julio Perotti que interpretó la ópera Il Trovatore.

El nuevo Teatro de la Opera

En sus primeros tiempos, el teatro realizó memorables temporadas líricas. Con el fallecimiento del empresario Pestalardo en 1877, uno de los accionistas, don Roberto Cano, se hizo cargo de la propiedad decidiendo encarar una remodelación total en 1888. Al año siguiente cuando la obra estuvo terminada, Buenos Aires contó con un espléndido teatro. Su edificio de estilo renacentista, con una fachada de dos plantas, fue el primero que contó con luz eléctrica, generada por un equipo propio.

La entrada principal era por la calle Corrientes 850-870, donde se accedía a la platea, palcos y cazuelas, estas últimas destinadas al sexo femenino. La entrada a las tertulias altas o paraíso y el servicio del teatro se hacía por Suipacha 369, mientras la boletería se hallaba en el 363 de la misma calle.

Sus comodidades eran múltiples; todos los palcos estaban dotados de un lujoso antepalco con moblaje adecuado: un pequeño confidente para depositar abrigos y sombreros, estantes para útiles de toilette y espejos, etc. Fue el primero en contar con estos antepalcos. En el vestíbulo y en toda la sala se apreciaban las riquezas y el buen gusto empleado en su decorado.

Poseía el nuevo Teatro de la Opera tres filas de palcos, cuyo número, incluido ocho pequeños de cazuela, alcanzaba a los noventa, sin contar el palco oficial en el centro de la primero hilera. La platea tenía capacidad para 416 personas. La tercera fila contaba con 32 tertulias llamadas de balcón; la cazuela pseía 290 asientos y en las tertulias altas podían sentarse 400 personas. Todo esto hacía que el teatro alcanzara un número de aproximadamente 1.650 espectadores.

Trayectoria y destino final

Finalizados los trabajos de remodelación, la función inaugural se realizó la noche del 15 de Mayo de 1889 con la representación de la ópera Lucrecia Borgia, bajo la dirección del maestro Marino Mancinelli y la actuación de dos celebridades mundiales: Angel Massini y Helene Theodorini. Todo el Buenos Aires culto de entonces asistió ese día y fue tan grande el entusiasmo despertado por esa temporada que se llegó a pagar 10.000 pesos por el palco de una familia que no podía concurrir.

La distinción el lujo que suponía asistir a este teatro en sus noches de gala, mostraba un incesante desfile de carruajes bien encharolados, cuyos troncos de animales de raza enardecidos arrancaban chispas al empedrado; el descenso de las damas y los caballeros con sus elegantes trajes de noche, se hacía entre un grupo de gente curiosa y encandilada, en una calle Corrientes mucho más angosta.

Leopoldo Marechal, refiriéndose al Teatro de la Opera expresa: “las funciones de gala que tenían lugar en los aniversarios patrios eran los más brillantes, como sucede ahora: cuando el progreso se hizo visible en la calle Corrientes aparecieron las lamparitas azules y blancas que se encendían durante la noche del 25 de Mayo o del 9 de Julio en el trayecto que debería recorrer el presidente de la Nación al dirigirse a la Opera. Un episodio de la vida de Mitre se halla vinculado a esas funciones: El jubileo del general, al cumplir sus ochenta años, se celebró con actos diversos, que debían culminar en una función de la Opera, donde a indicación de Mitre, se cantaría Rigoletto. Aquella noche el viejo patricio se dirigía rumbo al teatro, por la calle Corriente, cuando la muchedumbre que tanto lo admiraba desenganchó los caballos de su coche e intentó llevarlo en triunfo. Indignado en extremo el general descendió del vehículo y, abriéndose a la fuerza un camino entre la multitud, se alejó calle arriba”.

En 1900 el presidente Roca agasajó en la Opera al presidente del Brasil Dr. Manuel Feraz de Campos Salles, pero a partir de entonces comienza la decadencia del arte lírico. Esta sala y otras del mismo género tuvieron una feroz competencia en los teatros de revistas. La debacle fue casi total con la apertura en 1908 del nuevo Teatro Colón.

“El Teatro de la Opera, afirma Ricardo Llanes, constituyó el proscenio de los grandes acontecimiento líricos, artísticos y sociales y no sería posible recordar en varias páginas, los notables sucesos que significaron las actuaciones de tantos eminentes divos como famosísimas actrices, intérpretes de las más aplaudidas obras del repertorio universal. Desde Tamagno a Caruso y desde la Duse a la Storchio y desde Puccini a Toscanini, todo lo grande y maravilloso de la ópera, triunfó en su escenario”.

Este hermoso teatro terminó resultando un verdadero elefante blanco para sus propietarios, con su lujo un poco “demodé! Y muy poca concurrencia de público, cerró finalmente sus puertas y fue demolido en 1935.

Las contraseñas de ingreso

Jorge N. Ferrari dio a conocer una interesante ficha o contraseña, pieza de contralor para acceder libremente al teatro que lleva la fecha de inauguración: 16 de Mayo de 1889 y la palabra ENTRADA LIBRE. Este ejemplar, único conocido hasta ahora, integra las colecciones del Museo Isaac Fernández Blanco. En el reverso lleva el nombre de ROBERTO CANO, propietario del nuevo Teatro de la Opera, quién tuvo siempre inclinaciones por el arte lírico, habiendo sido anteriormente dueño del Teatro de la Alegría, situado en Chacabuco entre Hipólito Yriboyen y Alsina, demolido en 1886.

Hijo de Juan Cano y Carmen Díaz Vélez, nació en Buenos Aires el 29 de Abril de 1847. Fue un importante hacendado, actividad a la que se dedicó desde su juventud fundando la Cabaña San José en Rojas, provincia de Buenos Aires e integrando durante muchos años la comisión directiva de la Sociedad Rural Argentina.

Roberto Cano actuó además en política como diputado y senador por la provincia de Buenos Aires: fue director del Banco Nacional y socio fundador del Jockey Club. Estaba casado con Benigna Lanús y falleció en esta ciudad el 2 de Diciembre de 1928.

Muy similar a la contraseña publicada por Ferrari es una nueva pieza inédita que desde hace poco tiempo integra mi colección, aunque con notorias diferencias en su reverso. Ambas piezas son, hasta ahora, las únicas que se conocen, lo que da una idea de su rareza. La descripción del ejemplar que motiva este trabajo es la siguiente:

Anverso: En el centro, dentro de un círculo de granetes, una lira puesta de frente, símbolo de la música y encerrada entre guirnaldas de laurel.
Debajo la fecha: 16 MAYO 1889.
En el perímetro, Leyenda semicircular superior: TEATRO DE LA OPERA.
En la Inferior: ENTRADA LIBRE. Ambos segmentos de leyenda separados por dos estrellas de cinco puntas.

Reverso : En el centro, dentro de un círculo de granetes, una gran letra L.
En el perímetro, leyenda semicircular superior: ROBERTO CANO.
En la parte inferior, entre ornamentos y sobre el círculo de granetería, un pequeño escusón acorazonado con una letra T incusa.

Metal : Plata

Peso : 12,3 gramos

Módulo : 30 mm

Grabador : No figura

Comparando nuestra pieza con la del Museo Fernández Blanco, observamos que ambas poseen el mismo anverso, pero en cambio, en el reverso, la diferencia más sustancial es la gran letra que figura dentro del círculo de granetería. La del Museo ostenta una ‘G’ y la nuestra una ‘L’. Existen también otras diferencias menores; el escusón en forma de corazón de la pieza del Museo lleva una estrella de cinco puntas, mientras la descripta aquí muestra una ‘T’ incusa, posiblemente inicial de “Teatro”.

Con respecto al grabador, aunque no figure, es con seguridad Rosario Grande. El Dr. Ferrari en su artículo “La contraseña del Teatro de la Opera” da sobradas razones de la relación amistosa entre Rosario Grande y Roberto Cano. Además, quienes conocen el estilo de este artista, observando la pieza, verán que es inconfundible obra de Grande.

La fecha corresponde a la de la función inaugural del 16 de mayo de 1889, pero debió ser usada durante mucho tiempo más.

La gran incógnita es porqué una contraseña destinada para acceder al mismo teatro, muestra letras diferentes. El Dr. Ferrari arriesga dos teorías para explicar la letra ‘G’ del ejemplar que publica. En primer, podría ser la inicial de GRATIS explicación que no comparto y que el mismo Ferrari descalifica ya que sería redundante con la leyenda del anverso que dice ENTRADA LIBRE. Y ahora, conociendo nuestro ejemplar con letra ‘L’ podríamos pensar que corresponde a LIBRE, pero sería incongruente que dos contraseñas de un mismo teatro repitieran GRATIS y LIBRE. Estas hipótesis deben descartarse.

La segunda explicación es mucho más lógica. Ferrari piensa que la letra ‘G’ podría ser la inicial del vocablo GALERIA y estaría referida al lugar que el poseedor de la ficha ocuparía dentro del teatro. El problema es ahora identificar la letra ‘L’.

La primera pista nos la dio un cronista del diario El Nacional quién comentando los planos del antiguo Teatro de la Opera, el 30 de Mayo de 1871, expresa : “ Las lunetas serán al estilo europeo, es decir en forma de butacas”. Ahora bien, si recurrimos a la definición académica del término luneta, veremos que dice: “asiento con respaldo y brazos frente al escenario en la platea” o “sitio del teatro en que están colocados estos asientos”.

Por estas razones y teniendo presente que en esta época el término luneta era muy común en la jerga teatral, éste sería el verdadero significado de la ‘L’ acuñada en la pieza. Pero nos quedaría una duda : ¿Por qué dos contraseñas diferentes para el libre acceso a un mismo teatro, aún cuando fueran en ubicaciones distintas?

Personalmente pienso que la cuestión se resuelve recordando que el nuevo Teatro de la Opera poseía dos entradas. La principal, por Corrientes 850-870 por donde se accedía a l platea y palcos principales o lunetas (ficha con la ‘L’ ) y la secundaria o de menor categoría para acceder a las tertulias altas o paraíso o galería (ficha con ‘G’ ) que se hacía por Suipacha 369.

De esta forma, las personas que por alguna razón tenían libre acceso a las funciones, invitados, miembros del servicio del teatro o las habituales claques , poseían la contraseña y no sólo conocían su ubicación en la sala sino el lugar por donde entrar, sirviendo éstas de perfecto control en la organización teatral.

Bibliografía principal

Bossch, Mariano G., Historia del teatro en Buenos Aires, Buenos Aires, 1910.

Cutolo, Vicente O., Diccionario Biográfico Argentino, Tomo II.

Etchepareborda, A., Guía ilustrada de Buenos Aires para el viajero en la República Argentina, Buenos Aires, 1900.

Numismática y Ciencias Históricas, N° 27, Buenos Aires, Abril 1981.

Llanes, Ricardo M., Teatros de Buenos Aires, Buenos Aires, 1968.

Marechal, Leopoldo. Historia de la calle Corrientes, Buenos Aires 1936.

Taullard, Alfredo, Historia de nuestros viejos teatros, Buenos Aires, 1932.


Teatro Opera

Fachada del Teatro de la Opera de Buenos Aires, remodelado en 1889.
Se encontraba en la calle Corrientes, entre Esmeralda y Suipacha.

Miguel A. Morucci

Publicado en Cuadernos de Numismática del Centro Numismático Buenos Aires N° 81 - Abril 1992 - Página 19